En la semioscuridad de la cocina, iluminada tan solo por los carbones rojos que ardían bajo las parrillas, la vieja Dorotea interrogaba a su sobrino Pascual, quién estaba sentado en cuclillas, elevaba hacia ella sus ojos despavoridos.

Así que fue el hacha de Eleuterio, murmuró ella, y todo fue por la Antoña, interrogo nuevamente, el muchacho asintió con la cabeza, por esa piojosa que aún no puede ser madre.

Pascual de pronto levantó la faz lívida manchada de lágrimas, y exclamo
¡tengo miedo!

Tía Dorotea, los guardias ya deben de conocer todo, Esteban tenía un tío cabo, me perseguirán.

Calla deslenguado, interrumpió la vieja, ya sabes lo que me puede pasar si te encuentran aquí, recuerda lo que le paso a la Tía Domitila, por esconder al bribón de Domingo, que se había robado dos vacas y solo por dos vacas.

La vieja le dijo, debes irte, te daré una barra de pan y date prisa y si te pescan no digas que estuviste aquí.

Pero ya era tarde dos guardias llegaron al rancho de Pedro Limayta, la vieja Dorotea husmeaba por la ventana, el muchacho de un brinco se arrojó de espalda contra la pared, y quedó inmovilizado.

¡Salta por la ventana, corre!

Pero ya es tarde los guardias entraron al corral, y algunos carneros gritaron, la vieja miro por todos lados de la cocina, y vio junto a la puerta el tonel de aceite, y tomándole al muchacho del brazo le ordeno que se metiera allí.

Cuando abran la puerta hunde la cabeza yo te avisare con un golpe cuando se hayan ido.

Los guardias entraron a la cocina, la tía Dorotea sentada con la mirada perdida en las llamitas de fuego, uno de los guardias pregunto por su sobrino.

Yo no tengo sobrino dijo ella, y Pascual Molina, no lo conozco, uno de los guardias la cogió por la espalda y la levanto de un golpe.

No me toques rugió la vieja, con un tono feroz que hizo retroceder al guardia, luego de mirar por los alrededores y el terrado y al ver el tonel de aceite, que cosa hay allí pregunto uno de los guardias al mismo tiempo que se aproximaba.

Aaceite respondió ella, el guardia luego de haber metido el dedo dijo, ya vendré por aquí para que me regale, en una forma de congraciarse y se marcharon.

La vieja cogió un mazo y se aproximó al tonel de aceite y le dio un golpe, ya puedes salir grito.

El surco de sus labios se distendió  brotaron de ella un sonrisa primitiva, acida, como arrancada a bofetones.