María había sido enviada de Nazca a Lima para trabajar como sirvienta en casa de Gertrudis.

Decide escaparse para conseguir un nuevo trabajo por el acoso que vivía por parte del niño Raúl hijo de Gertrudis.

Justa le ayudaría llevándole en un taxi a un cuarto del hermano de Santos Felipe, ubicado en Jesús María. Santos Felipe sería el encargado de conseguirle un nuevo trabajo, aunque María no le conocía, pero Justa le había hablado que él lo ayudaría a conseguir un nuevo trabajo.

María estando en el cuarto, mientras espera a Santos Felipe, recuerda algunos momentos que le toco vivir en casa de Gertrudis, de cómo su hijo el niño Raúl se acercaba a la ventana para verla peinarse añadiendo que tenía un lindo pelo y que debería hacerse un moño, por las noches cuando maría iba al fondo del jardín a tender la ropa, el niño Raúl, la abordaba y aunque ella le decía que no lo molestara, él le decía que quería estar a su lado.

En una mañana cuando doña Gertrudis se había ido a misa, el niño Raúl intentaba pasar de la palabra a la acción, se abalanzo sobre ella, pero ella se defendió, se abalanzo sobre ella, pero ella se defendió hundiéndole las uñas, la cocina fue escenario de muchas escenas de combate, y terminaban cuando la bulla se avecinaba a despertar a las hermanas de este, ahí donde salía este huyendo todo arañado y chupándose la sangre de los arañones.

Un día el niño Raúl, le había amenazado con entrar a su cuarto.

Por consejo de justa, María le conto a mamá de Raúl, mas ella acostumbrada a este tipo de quejas no hizo nada, solo que hablaría con él, nada había cambiado Raúl siempre le acosaba.

De pronto alguien toco la puerta preguntado por Tomás.

Aquí no hay ningún Tomas, quien eres tú, estoy esperando a Felipe Santos, si viene Tomas le dices que vino Romualdo para invitarle a una fiesta, María se sintió inquieta, como si la seguridad de su refugio, hubiera sufrido ya una primera violación.

La espera le producía un desazón creciente, trato de recordar algún recuerdo agradable, pensó con vehemencia en sus días en nazca, en su padre a quién jamás conoció, en su madre que le enviaba vender pescado en la plaza, en su viaje a Lima en el techo del camión, en la chola Justa, y en ese Felipe Santos que nunca llegaba, el único en quién podía confiar, el único que podía ofrecerle amparo en aquella ciudad extraña, donde sus calles se entrecruzaban como tela de una gigantesca araña.

De pronto alguien toco la puerta, era Felipe Santos, y entrando en la habitación cerró la puerta y aproximándose a tal punto que su respiración llegaba al rostro de María.

Lle dijo yo te conozco, te vi pasar cuando ibas a la pulpería, quiero ayudarte, quiero ser como tu padre.

María no supo que responder, si salía corriendo a donde podría ir, ya no confiaba en Justa, la ciudad estaba lejos.

No quieres que te ayude, prosiguió Felipe, soy bueno te he traído una cadenita con su medalla, te la pondré, maría levantó el mentón, sin ofrecer resistencia, pronto sintió el contacto de aquella mano envejecida.

Entonces se dio cuenta de que esa cadena antes que un obsequio era como un cepo que la unía a un destino que ella nunca busco.