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Con toda la expresión de su dulzura,
un ruiseñor cantaba
su amor y su ternura,
a tiempo cabalmente que pasaba
por la calle vecina un calesero,
que despreciando tan divino canto
corrió a escuchar a un loro majadero,
no por que hiciese más, ni aun otro tanto,
sino porque sin gracia, ni destreza,
como quiera decía:
"Chapín de la condesa".

El ruiseñor, al ver su melodía
por una patarata despreciada,
le gritó: "No perdono:
usted no tiene orejas, camarada".

Debió gritar el ave con mal tono;
porque el buen calesero avergonzado,
pudo apenas decir: "No, señorito,
el buen gusto mis amos me han formado;
de la niña y su amor se les da un pito
pero el teatro levan a los cielos,
y hay bravos y palmadas a porfía,
cuando hay encantador, diablos y vuelos".

¡Vaya que el calesero lo entendía".