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A la señora María Josefa Rospigliosi,
Subdelegada de Chuquibamba
En el silencio de la noche oscura
meditaba a mis solas un agravio,
y, no sé si fue acaso ilusión pura
o fue verdad, aparecióse un sabio
de los que Grecia honraron: el gracioso,
el pensador Esopo; y con reposo:
"Oye amigo", me dijo, "oye este cuento".

"Quejóse el Sol a Júpiter un día
porque el búho vivía descontento
de su preciada luz y maldecía,
como la más horrible y fatal hora,
esa de la alborada que abre el día,
el claro tiempo de la bella aurora".

Júpiter, por calmar sus desconsuelos,
"¿no ves, dice, a la reina de las aves,
que vuela a lo más alto de los cielos
por ver tu luz más viva? ¿Qué, no sabes
que esta atención es más que la perfidia
de la aves nocturnas? ¿Y su envidia
no te hace honor, en vez de rebajarte?
Anda, y gira contento por tu esfera,
que si el águila real vuelve a admirarte,
nada importa que un búho hollarte quiera".

"Lo que al Sol dijo Júpiter, te digo:
gloríate", añadió mi anciano amigo,
gloríate de ver que honrarte quiso,
creyéndote de luces adornado,
esa preciosa niña, que el cielo hizo
reina en su amable trato y en su agrado.

Esa águila sublime por sí basta
a complacerte, y el furor contrasta
de quien sin causa alguna te desprecia.

Más honor por sí sola ella te ofrece
que cuanto contra ti la envidia necia
pudo hacer antes, ni después hiciese».

Dijo Esopo; y al punto, de mis ojos
desapareció. Volaron mis enojos;
cual humo se exhaló mi sentimiento;
y por lo mismo que tu aprecio raro
no merece mi escaso entendimiento,
lo estimo mucho más, y te declaro
que me atormento mientras llega el día
en que se muestre la gratitud mía.