Levanta la tarde su espesura de silencio,
sube el mar a las últimas cornisas
con alas de graznido.
Pliega la luz su rabo inevitable,
una a una, por todas las fachadas.
Más allá de la esquina del salitre,
al viejo paredón desalojado
lanza el mar su delirio de insistencia.

Mantiene a casa do farol
colgada en sus ventanas la angustia de la espera.
Nadie viene a falar a sus peldaños
en ese idioma dulce de barcos y galeras
que a veces sabe a sal,
que a veces sabe a selva.
Esconde a casa do farol
en su zócalo azul, como un trofeo,
horizontes de mapas y leyendas.

Marca el viento su compás ensimismado:
otra noche que aguantar en vilo el alma.
Insensible a los augurios de las olas,
ella espera en el refugio de las sábanas.
Cerca, bajo el resplandor de su pavesa,
nacen islas con la tinta de las sombras.

¡Cuántas veces la marea y no llegaba!

Tiene, a casa do farol,
lamida la memoria por el agua.
Nadie viene a encallar en su naufragio,
nadie espera na falésia de la praia.