Por sobre los escombros llegados a las puertas del insomnio:
veinte, treinta años doblado
en las esquinas del viento,
susurrante de palabras dormidas:
pan, hambre, a las puertas del insomnio.
Tierra, qué fríos tus senos de ciudad.
Hermano, una limosna, por favor—.
A la una, dos de la mañana, se apaga el run-run de los talleres.
A las dos, tres, se prende de humo, de calor
el cielo azul de las panaderías.
El árbol de sangre muge destazado en los mataderos del alba.
A las cuatro, cinco,
se alivian las calles del orín de los borrachos.

Silencio.
A las siete, ocho,
el run-run, gracias, patrón, por el trabajo,
en los talleres.
—Una limosna, por favor,
una limosna...—