Aparceló su corazón
en diez tremendos corazones
y los trasladó
por el río bueno
de sus brazos
hasta ese mar
de madera y cuerdas
que resuena
en la luna hueca
de su centro.
Será por eso
que las yemas
de sus dedos
y sus uñas
—armaduras sensibles—
Laten, gritan,
lloran, ríen...
Ya no distingo
cuerpos,
formas,
sólo siento a Miguel,
madera nuestra.