Cadena mía, ¿no sabes que me he entregado a ti?
¿por qué, entonces, no te enterneces ni te apiadas?

Mi sangre fue tu bebida y ya te comiste mi carne.
No aprietes los huesos.

Mi hijo Abu Hasim, al verme rodeado de ti,
se aparta con el corazón lastimado.

Ten piedad de un niñito inocente que nunca temió
tener que venir a implorarte.

Ten piedad de sus hermanitas, parecidas a él y a
las que has hecho tragar veneno y coliquíntida.

Hay entre ellas algunas que ya se dan cuenta,
y temo que el llanto las ciegue.

Pero las demás aún no comprenden nada y no
abren la boca sino para mamar.

(Reinó de 1068 a 1091)