A un infierno de estrellas han lanzado
ese mar que enterrara su talento.
Porque al siervo cobró su trigo el viento:
crujiendo dientes rueda y condenado.
Yo, en un fruto lloroso me he salvado
de maldición a higuera sin lamento;
más retumba, como un inmenso viento,
mi larga sangre en él, que está enclaustrado.

Bebe, hijo, de esa hiel. Mi honda, mi dura
cruz eres, y te calca, y te asegura
tu semilla de sangre sepultada.

Bebe, otra vez, y sal hacia la estrella
del fruto aquel de maldición, de aquella
que he sido en ti, cuando no soy en nada.