Del dictado infantil y analfabeta
torpemente llegué a la letra escrita:
mesa, papel, paredes, pizarrita,
jugando sin saberlo a ser poeta.

Luego la tinta, es ropas indiscreta,
y el lápiz que jamás se precipita,
hasta que llega al fin la maquinita
tartamudeando como metralleta.

En la máquina eléctrica el sonido
de la impresión monótona ha perdido
su rítmica elocuencia personal.

Ahora, ante este onírico instrumento,
electrónico, mágico, me siento
con algo de astronauta sideral.