El mar lleva en las sienes un peso porfiado y terrible, el golpe
de una voz de sal afila su arpón en el oído; una gota de salitre
en el ojo soñoliento, desnuda el cielo que brilla en la garganta
de los peces y el paso escurridizo de los vientos enjuga
imágenes más allá de la geometría donde breves fantasmas
destilan el pavor de los buques olvidados sobre blancas hojas
de papel que beben con interminable sed, plisándose arrasadas
por el eco perpetuo de las olas. El mar clava sus colmillos de
intervalos, atraviesa la memoria hasta el borde movedizo,
arrastra sus moluscos hasta encontrar palabras de quebrada
sombra y por allí, escurre todos sus arpegios, su furia, su
belleza, su dolor…, ahora y en la hora.