ODA

Este, que veis, carbón endurecido,
yacer a mantos en terrestre fosa,
rayos de claro sol un tiempo ha sido,

A la voz de la Industria poderosa,
abandona, cual Lázaro, su tumba,
y a más vida resurge esplendorosa.

Con su aliento, no hay miedo que sucumba
la que es de nuestro siglo predilecta
hija febril, y cual abeja zumba.

Que, a medida que avanza más perfecta,
a la Ciencia siguiendo va anhelante
y sobre el Arte su fulgor proyecta.

Ella nos dice que llegó el instante,
—aun cuando en la substancia son hermanos—
de apreciar el carbón más que el díamante.

De que cesen los míseros humanos
de prosternarse ante el inútil fuego,
y de tenderle codiciosas manos

Nunca su brillo me turbó el sosiego,
mas del pan de la industria a la excelencia
férvido canto de mi lira entrego.

Cantar quiero su enérgica potencia
los bronces al fundir, nuncios de saña,
defensores de patria independencia,

Cuando caldea y en su lumbre baña
a la férrea fugaz locomotora,
sierpe que tiene el silo en la montaña.

Que, cual ave o Jóve vóladora,
se encumbra a los más arduos peñascales,
y el espacio famélica devora.

Por él llega a los témpanos glaciales
el buque, sin más trapo que su enseña,
contrastando los recios vendavales.

Reemplaza activo la fluvial aceña;
vigor produce en la nerviosa pila;
las creaciones artísticas diseña.

Por él la roca su metal destila;
por él dice el crisol la verdad pura;
el átomo su afine se asimila.

Hasta gérmenes ricos en dulzura
la Química halla en él para su gloria,
colores y matices la Pintura.

Y, de fúlgido origen en memoria,
demás que rasga de la noche el velo,
despide lumbre en exprimida escoria.

Solar emanación con vivo anhelo,
la luz, la fuerza, y el calor prodiga.
Como su padre que recorre el cielo.

Y que—cual suele previsora hormiga,
en la estación de abrasador verano,
sin un punto ceder en la fatiga

temiendo el filo del invierno cano,
almacenar bajo escondidos techos,
el robado a los trojes rubio grano

en la época feraz de los helechos
presintiendo el invierno del planeta,
guardó el carbón en insondables lechos.

La faz del globo de arbolado escueta,
diera la Industria el postrimer suspiro
a no surtirla tan copiosa veta.

Ved al carbono en incesante giro
recorrer los tres reinos naturales;
ya inficionar la atmósfera le miro,

ya, atraído por fibras vegetales,
el germen de sabroso fruto,
ya, salvando los límites florales,

nutrir la grácil ave, el tardo bruto,
ya tornar al espacio con empeño,
de la muerte y la vida fiel tributo.

Mas tú, sepulto en ataud roqueño,
a ciclo tan fecundo substraído,
dormiste largo, indiferente sueño.

Te han pisado, mas no te han conocido;
pasaron sobre ti, cual polvo leve,
las varias razas que en el mundo han sido.

Tocábale al gran siglo diez y nueve,
explorar tus veneros con acierto,
aun bajo la polar cándida nieve.

¡Qué fuera de la Industria tú encubierto!
con gratitud en su aflicción te nombra
negro maná de su árido desierto.

Un día fuiste gigantesca alfornbra;
henchir hoy hallamos calor y luz radiante
donde otros seres disfrutaron sombra:

Que Dios, previendo nuestro afán constante,
para su hartura reservarnos quiso
esa fecunda flora exuberante,
que adorno fue quizá del Paraíso.