Hacia el de la generosidad y la gloria
fueron mis cabalgaduras, desde lejos,
abrasadas por el fuego del mediodía,
para que repare mis quebrantos,
pues es el mejor reparador,
y para que me proteja
del señor de la injusticia, Yabir.
Mis hijos sin padre y yo
estamos en sus manos,
como pájaros en las garras de un águila.
Mucho merezco que de mí se diga
que estoy aterrada por la muerte de al-Hakam
que era mi valedor;
¡caiga sobre él la lluvia!
Si viviese,
el destino feroz no me hubiese entregado
a la ferocidad de un poderoso.
¿Conseguirá Yabir borrar
lo que la mano de al-Hakam escribió?
Entonces la mayor maldad
se cometerá con lo que poseo.