Se trataba de invernar,
de pulsar las leyes del frío;
de escrutar la indigencia en la medianoche del mundo;
de buscar huellas de dioses
ahí donde la huella de las huellas
se ha perdido.

Se trataba de la compleja red de circunstancias
y menudos azares
que calibran la temperatura del Planeta,
mi temperatura,
nuestro propio clima interior.


Del enorme frío absorbido
en las grandes ciudades llenas de gente;
de la simple soledad,
de la inmensa precariedad humana.

Había que acceder al umbral,
al Bósforo
entre la blancura de este mundo solitario
y aquel otro lleno del calor de las aldeas.

En el fondo,
como un barco que bornea una bahía lejana,
como un astronauta atado a su cápsula en Plutón,
se trataba de mirar
el vasto paisaje nevado de multitudes solas;
de balidos solitarios,
de vislumbrar sus leyes.

Porque aquí,
en lo frío, en lo inhóspito
se adoptan las grandes decisiones planetarias;
la estructura de la tibieza,
la llama del brasero en las aldeas,
el juego en las fiestas del denario,
la estructura del abrazo, del beso,
de la lámpara
que apenas pudisteis apagar.

De titilar
a la intemperie
en los océanos,
se trataba.