en recoger las briznas de los viejos tesoros,
también las horas llenas de un concierto de voces
ansiosas por huir de los sueños dormidos.
Recogeré uno a uno los cabos de los lápices,
las miguitas de pan de las meriendas,
las dulces y aromadas perrunillas
y el ondear del humo del chocolate hirviente.
Ordenaré aquel fuego entrecruzado
de agilidad verbal -surtidor crepitante-,
las vacuas sutilezas y juegos del ingenio,
siempre con una gota de acíbar escondido.
Pondré a secar al sol, en los balcones,
sobre una extensa sábana de lágrimas,
humores agrios, sangre desmedida
y la saliva espesa de la cólera.
...Enterraré el rencor en las macetas.
Tras el febril trasiego en tarea tan ardua,
abriré un libro antiguo con viñetas y “santos”
y emprenderé un buen viaje al país en que todos
los ogros son cobardes, las brujas, feas,
las madrastras, malas. Rubias y un poco tontas
las princesitas lucen cucurucho
y el rey es bonachón y regordete.
Hay un enano saltarín, un paje
enamorado de una pizpireta,
un chambelán estólido, un lacayo gomoso
y un pastor que conversa con la luna.
El héroe -siempre un poco afeminado-
porta una flor oronda en la mano derecha
y, a la izquierda, le cuelga la espada como adorno...
Hace tiempo que el sol se ha perdido. La sombra
acecha tras el oro de la lámpara.
Canta el reloj y en los cristales brilla
un irisado adiós. Esto es la noche.