Aquí empieza la historia. Fue una noche
en que se habían puesto las palomas
más blancas, más tranquilas. Como siempre
salí al jardín. Alrededor no había
nadie: la misma flor de ayer, la misma
paz, las mismas ventanas, el sol mismo.
Alrededor no había nadie: un árbol,
un estanque, ceniza de aquel monte
lejano. Alrededor no había nadie.
Pero ¿qué es este viendo, quién me coge
el corazón y lo levanta en vilo? Una
muchacha azul en la orfandad del aire
ordenaba los pájaros. Sus manos
acariciaban con piedad el árbol,
y el estanque, y aquel lejano monte
ceniciento. El jardín ardía al sol.
La miré. Nada. La miré de nuevo,
y nada, y nada. Alrededor, la tarde.