El color de esta arena milenaria al sol
desafía la luz de los naranjos,
hace que nos sintamos
más cerca de los muertos saqueados,
de sus ritos.
El oeste es algo más que un punto en el espacio.
La rosa de los vientos no tiene sur,
el norte es sólo río para las falúas nubias.
Siempre quise sentarme a la orilla del Nilo
y ahora, ya futuro consumado,
busco un lugar al paso de sus aguas
donde dormir, sin temor, bajo el cielo.
No preguntéis por mí. Mi calle no figura
en el mapa del siglo que os contempla.
Qué angustioso sería volver de este viaje
hacia el origen largamente anhelado de la Historia.
Ya camino cubierta bajo el lino de Isis.
A la sombra del ficus sicomoro,
sueño la siesta dulce del verano infinito.