Cuando me ocurre desandar el tiempo
y su corriente anega el laberinto
en que se descompone la memoria,
si brilla en su espesura ese rescoldo
que llaman felicidad los diccionarios
veo abrirse sin peso una puerta de bronce
y un rayo de Sol débil se diluye
en el azul fingido de una cúpula,
una tarde de Agosto en que sonaba verde
en tibieza y aroma la campiña de Francia.

La pulcritud de la ascensión del mármol,
cálida y abombada como la faz de un niño;
los haces de columnas y su vuelo
en suavidad de ámbar y de oro,
el órgano, turgente en su armonía
tersa en silencios verticales.
                        Nunca
hizo tanto por mí ningún ser vivo.