Las cariátides andan sobre piedras
como cisnes que anhelan otros cisnes
en los puertos surgidos de la luna.

Las cariátides y Pigmalión
conversan ateridos y distantes
sobre el cruel simulacro de la vida.

Mientras, transcurre la hora oscura
con el temblor añadido del invierno,
con la carne manchada por las flores.

Las cariátides quieren ser la noche,
esponjarse en sus húmedos lugares,
y brillar como grillos antropófagos.

Pigmalión se deslíe y sus palabras
constelan el aire, los madrigales,
y envenenan los besos terroríficos. .

¿Cómo no temer el tiempo impío
en que arden las crines ya salvajes
de las estatuas frías como un sol
apagado en la soledad del cosmos?

¿Cómo no amar el sortilegio
que cubre de sombras y de escamas
la tiniebla eterna que fluctúa
entre luces novas y saltamontes?

Las cariátides tocadas por el verbo
vuelven a ser mármol, a ser cisne
tallado en un litoral de isla.