Sirena terrestre
llegaste
con tu largo
pelo negro
donde escondías
tus versos
caníbales
y tus gestos
histéricos.

Si la locura
tuviese tal vez un cuerpo,
Carmen,
tendría el tuyo.

Eres la hija
hermosa
de tu voluntad,
como dijiste,
y sabes que
mentir y robar es
necesario para narrar.

Te sustraigo más
de lo que
me regalaste.

Sigo siendo la Ariadna
no perdida
sino reflejada
en tu laberinto…
Sigues siendo, más allá del robo,
la Eva reina
de mi jardín.



De La carne del tiempo, Editorial Artificios, Bogotá, 2002