En este suelo, diseminados. Arriba,
cuanto hiela. Abajo, cuanto arde y crepita.
Sopla un juicio confuso,
que no distingue culpables
de inocentes.
Un insecto
empuja una bola de barro;
un niño delira por la fiebre
y ve lo que mañana
será su demencia o su arte.
Agua viscosa dentro de un cráneo.
Y en alguna parte,
lo obviado, escarnecido,
para tantos, sucio, impío,
incapaz de dormir, de despertar,
vientre que ningún animal husmea,
espalda que se apoya contra muros
que apenas dan reparo
a hierbas duras, sin flores ni perfumes.
Adonde desde siempre me dirijo.


(22 al 25 de noviembre de 2002)