Cuando el cierzo desciende y se alza la niebla,
toda la ciudad –mi Zaragoza amada- se cubre de palabras
que surgen del silencio hacia la nada.

Es entonces –el enorme Paseo
se hace suave y hermoso- cuando veo las cosas
como fueron: El niño, la explanada,
la vieja que vendía cacahuetes y almendras.
Pero cuando otra vez
el aire del Moncayo violentamente baja,
surgen los comerciantes
en paños y en alhajas
aupando a un tonto sabio
que viene a hablar del alma.

¡Ay mi ciudad
con tantos pedestales
cubiertos de anónimas palabras!:
¿A dónde te diriges?

Sólo tu espesa niebla
permite ver las cosas
igual que se veían en la infancia.