Adelgazo como rabo de lagartija en el barranco
donde agua de chaparrones bajan, son piedras
golpeando el cuero de las calles
y ya no puedo decirme cosas
con la cabeza metida en los cerros.
Se cae el monte, anda en quebradas.
Yo no sé quién hace tanta buyaranga en los cables del teléfono.
Yo aquí soy igual al hombre de las mercancías:
una mano en la cara
para que los ojos no se vayan
en el sol del horror.
Y esos bichos en la ropa
y el capuchón de mosquitos que no me abandona,
que es como de loco.
Ando viejo, dándole a las latas con medio cuerpo en cardones,
con un poco de viento con tierra en la boca, con tierra roja.