En un papel volante, levitado,
-¿qué atril sirve a quien va, sin esperanza,
a alzar la voz antepenúltima?-
la tinta que se apoye.

Lea sin rubor ninguno, se sienta con amparo
el que compre la seda (ya las manos
que le hilaron lo dan por muy perdido).

(De los antepasados reconoce
sólo la forma oval;
de sus actos narrados por esotro que vuelve
con asco el comprobarlos epopeya).

Reluzca una tercera luminaria
resuene aquella voz. Oh, que se acabe
el mundo, todo, para
inexplicablemente suplicar que no,
que no se acabe, que el atril cualquiera.