Cuando vas silenciosa
—quieto silencio rojo del rubí
cauta serenidad de los felinos—
bajo la sombra verde de los árboles
y pisas las aceras
y pasas circunspecta entre la gente
con el periódico en la mano
y una bolsa de pan
y los cabellos
como de oro
atónito
uno no puede más que preguntarse
cómo es posible que todas esas cosas
que componen el mundo
en este instante
—la realidad
tu realidad
la mía—
sigan como si tal
indiferentes
—el tendero
delante de su tienda
el mar
tranquilo
esta leve molestia en un zapato
el guardia que dormita
en una esquina—
y no haya un verdadero cataclismo
ni pase nada
nada

de nada
coimes
(Salvo claro
la debacle que armas en mi cuerpo
y en este mirar mío que te acecha
obsesionado
torpe
detrás de una retina y unas gafas.)