Entras.
Te sientas.
Cruzas las piernas.
Y los ojos se me caen
como moneditas falsas, tintineando.

La próxima vez que vengas
me quedaré en la puerta,
estático,
viendo el sol
que se desliza por la calle,
mientras tú te sientas,
cruzas las piernas
y lanzas tus dardos
a vibrar sobre mis ojos.