Bramaba la ola del cielo,
caía sobre los bordes de las losas
como una pequeña lluvia
que despertara con el rumor del agua.

La muerte sucedía de noche
como un piélago lleno de amor,
con las cucarachas escarbando
la madera de los ataúdes,
hinchados por la humedad del aire.

Golosos, los gusanos se apresuraban
a terminar con las flores mojadas.

De las rendijas
surgía un canto hiriente,
una caricia de huesos,
la esperanza muda de los cadáveres
que respiraban luz
con pulmones de arcilla.

Era de noche,
la llama de los amantes vibraba con los muertos.