El siglo veinte desfila.
Lenin delante con pátera
con sangre de proletas . Stalin luego,
bailando la danza macabra sobre el cuerpo de Trotski.
Siguen el canalla Hitler y su manada,
perros llenos de desprecio de sí mismos
para quienes el hombre era ficción.
Detrás de orgullo cerrado gatea
Hiro Hito, de la misma calaña.
El sol naciente se hundió
en sangre.

Roosevelt, Truman, Bush.
¿Creí en ellos? Cada uno de ellos
era una desilusión.
¿Qué otro guasón triste desfilará
en América después del siglo veinte?

Los conocí sólo de nombre,
a los poderosos de la tierra.
No los reconocí
porque no conocen otro derecho
que el del perro más fuerte,
porque no conocen otro amor
que el del perro más apasionado,
porque no conocen otra vida
que la de de perros.

Cuando considero que gobiernan
el mundo, que Rijmenam
no escapa de su abrazo,
aprieto los labios,
mi corazón se retuerce y
con indecisión meneo la cabeza.

No, pienso, no, no lo conozco a él,
Chirac, Yeltsin, Milosevich,
Bill Clinton.
No lo conozco a él, Mobutu,
Assad, Papa Doc,
pequeño renacuajo de mal mayor.

No lo niegues, cada uno de ellos
tiene sus cualidades.
Exactamente esas no me gustan.
No pienso que nosotros
-ellos y yo, quiero decir-
podemos ser amigos.

Tengo una falta absoluta de respeto
para quien solamente evoca la apariencia
de ejercer el poder
y por consiguiente abusa del poder.