Aquí, ¡qué extraño!, está mi cuerpo: insólito, pueril. Ha servido para que el tiempo se apasione y borde sus caprichos. Agadecido, convoca y celebra el deseo ciego en su idioma de pérdidas y deriva a las cabriolas de la imagen porque no es partes sino un órgano solo, un cuerpo habitando un lugar y un espacio, sintaxis de la vida, gracia de lo breve y efímero. En su belleza tranquila, grave, afiebrada, la vida es una y la muerte múltiple y pasmódica y después definitiva. Casi marginal de tanta pobreza ha conocido la sarna, la ladilla, los tugurios a que lo arrastraron otros cuerpos donde no van los reyes ni las reinas.
El hambre de los días difíciles le volvieron débil y oscuro como una mazmorra, solo esa fuerza sutil del presidiario que habla con sus extraños conocidos sotienen sus paredes marcadas por una humedad que corroe y se desploma. Aquí, como tantos, que hoy son bendecidos bajo el agua olorosa o estan pudriendo bajo la tierra.¡Qué extraño!, entre tantas cosas eres elegido, el que vibre, muera y renazca, el de la materia destructible cuya caída fatal es sólo una breve ceremonia donde se celebran las infinitas posibilidades de la vida.