Cuando, llena de su embriaguez, se durmió, y se durmieron los
ojos de la ronda, me acerqué a ella tímidamente, como el amigo que busca el
contacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño; me elevé
hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su cuello; apuré el rojo vivo de su boca.
Y pasé con ella deliciosamente, hasta que sonrieron las tinieblas,
mostrando los blancos dientes de la aurora.