Llegó sobre sus botas de soldado
y su medida de alma.
En el vagón lloraba un niño puro
y leían los hombres con anteojos.

La música de ruedas
trenza llanuras con aldeas tristes.
Un presuroso cerro se le acerca
para huir, en menguante.

Cada cintura de árbol tiene brazos
que van a la deriva.
Es preciso callar, tal vez dormirse
o perseguir su nombre.

¡Ah, venid a mirarle!
¡Venid a señalar su labio joven!
Está jugando de coger mi frente
con sus pestañas de oro.

Creo que ya conozco su esperanza,
su jardín melancólico.
¿Dónde me dio, por un antiguo cielo,
esta frágil alondra?

Diríase que vino para hallarme,
olvidando su miedo en los cipreses.
Porque la muerte sacudió su espanto
lleva una palidez que le ilumina.

Quiero alcanzar su célibe distancia
y utilizo el perfume del pañuelo.
Con maniobras de abeja le cautivo;
le voy dando mi gesto y mis collares.

Por rápidas vidrieras
pasa un sitial de malvas, tres cabañas.
El día lento sufre en el jadeo
de tartamudos rieles y furgones.

¿Acaso fue mi educación de brisa,
su noticia de luz, el tiempo inútil?
De No Man′s Land traía un libro amargo.
¿No era mi edad el libro de la nube?

Por eso el viaje descansó en la playa
y nos dio el mar su vértigo de olas.
Borramos el ayer de los obuses
y despertó mi golondrinalondra.