—No duermas,— suplicante me decía
—escúchame..., despierta—.
Cuando haciendo cojín de su regazo,
soñándome besarla, me dormía.

Más tarde, ¡horror! En convulsivo abrazo
la oprimí al corazón... rígida y yerta!
En vano la besé —no sonreía;
En vano la llamaba —no me oía;
La llamo en su sepulcro y no despierta!