LA TEMPESTAD contigo encima, se alejan los cipreses que no recordaremos, agoniza el fulgor de tus abrazos. Nace el destino inmóvil, mensurable. Lo alimenta el deseo, la corteza humedecida de una fruta, la herida que abre pétalos, carroña de tantas madrugadas. Hubo un cardumen áureo royendo las pupilas, hubo una mueca limpia, algún oasis. Los gestos pierden cauce en las fotografías, devuelven a los marcos su negrura. Mírate. Agoniza el riachuelo de miradas. Bébelo. Se eleva un gemido pestilente en esta línea. Parece que la voz se tinturó de grana. Es tarde para abrir deshuesaderos, habiendo tanto nervio por hilar, faltando tanta brisa. Es tarde en la memoria que no avanza al suave ritmo germinal de la tristeza. Es un arpón de hielo si lo miras de cerca, si lo aguarda tu pecho alfilerado, si lo besa mi espalda. No habría por qué escribir de ti pero el riachuelo se evapora.