He puesto cuanto tengo a plazo fijo,
y renovable por el tiempo
que Dios quiera, en la nueva sucursal
bancaria de mi calle;
que, tal y como están las cosas hoy,
es mucho desaliento para llevarlo encima
y demasiada sombra para tenerla en casa.
Así que, cada dos o tres
melancolías,
me paso por el banco donde
una hermosa muchacha
atiende en ventanilla
e ingreso mi salario
de rutina, reviso el saldo
de mi historia y retiro
una pequeña suma de ilusiones.
Para cubrir mis sueños semanales
me basta con mirar
el color del dinero
de sus ojos.