La cera viva de retales sabios
aviva, con el poso de las piedras,
las naves acerosas del ayer.

Insemina en la llama de la vela
el último perdón insobornable.

Acrecienta el único dolor
que verá su reverso circundado.

Atrapa cien mil huellas boreales
que insisten en vivir abigarradas.

Sentencia la venida del cordero
con la voz de una noche escandalosa.

Coagula el esplendor sombrío
de las hojas cautivas en las alas.

Apresa el litoral de la península
con la nieve que borda tempestades.

Aniquila el clamor que resucita,
de hinojos, las rodillas golpeadas.