Está el jardín chiquito en la ladera
de un monte hostil y largo. El panorama
es tan desolador como la flecha
que se lanza imparable hacia el oeste.
Ramilletes de flores y blancas superficies,
letras doradas y ángeles sin vuelo;
algún árbol sumiso y desmedrado,
y caleados muros de tierra pedregosa.
Con la falsa alegría del fregoteo inútil,
brillos sin proyección y colores inanes.
Sólo las lagartijas dibujan un camino
intencionado. Lo demás es muerte.