Qué pasó? Qué pasó? Còmo pasó?
Cómo pudo pasar? Pero lo cierto
es que pasó y lo claro es que pasó,
se fue, se fue el dolor a no volver:

cayó el error en su terrible embudo,
de allí nació su juventud de acero.
Y la esperanza levantó sus dedos.
Ay sombría bandera que cubrió
la hoz victoriosa, el peso del martillo
con una sola pavorosa efigie!

Yo la vi en mármol, en hierro platean,
en la tosca madera del Ural
y sus bigotes eran dos raíces,
y la vi en plata, en nácar, en cartón,
en corcho, en piedra, en cinc, en
alabastro,
en azúcar, en piedra, en sal, en jade,
en carbón, en cemento, en seda, en barro,
en plástico, en arcilla, en hueso, en oro
de un metro, de diez metros, de cien metros,
de dos milímetros en un grano de arroz,
de mil kilómetros en tela colorada.

Siempre aquellas estatuas estucadas
de bigotudo dios con botas puestas
y aquellos pantalones impecables
que planchó el servilismo realista.
Yo vi a la entrada del hotel, en medio
de la mesa, en la tienda, en la estaciòn,
en los aeropuertos constelados,
aquella efigie fría de un distante:
de un ser que, entre uno y otro
movimiento,
se quedó inmòvil, muerto en la victoria.

Y aquel muerto regía la crueldad
desde su propia estatua innumerable
aquel inmòvil gobernò la vida.