Soberbio, lleno de altivez, ufano
de su bella apostura y gallardía,
cuando amanece, el Misti con humano
sentimiento bendice el nuevo día.

Los gallos le saludan desde el llano
con una orquestación de algarabía,
que él contesta, arrogante, con un vano
gesto de nieve de su testa fría.

Al ocultarse el Sol en el poniente,
parece un inca de nevada frente
coronado de innúmeras centellas.

Y resurge del fondo de la noche,
cuando comienza el sideral derroche,
como una copa derramando estrellas.