Y así calladamente contra el humo
del arroz en el cuarto que el sinsonte tornasola,
miré tus grandes manos, campesina
férrea de piel, forrada súbita de chispa honda
como la flor de oro; y tú secabas
unas oscuras decepciones imprevistas
con tu perenne delantal, volando; y fija me cogiste,
mientras frotaba el hueso fino de la cañabrava
con su rayo el viento, la música que oigo
en mi penuria como un lejano corazón a veces.
Y así calladamente contra el humo
del arroz en el cuarto que el sinsonte tornasola,
pienso en tus bellas manos, campesina, siempre.