Clementina soy,
Clementina era.

Otro tiempo estuve
de temores llena:
mi nombre era largo
igual que una queja
y me hería el alma
si mis compañeras,
queriendo enojarme,
lanzaban sus flechas:
“¡Qué bonito nombre!”
-decía una de ellas-,
“mas no es para ti:
nombre es de princesa”.
Y mi nombre a otra
causaba extrañeza.
Yo dentro sentía
la envidia despierta
con sus claros nombres
de María o Pepa.

Clementina soy,
Clementina era.

Pero un año huye
y otro nos gobierna.
El nombre que antes
tímida me hiciera
y volvióse luego
dulce cantinela
en desnudo labio
-yo lo digo- era
de pronto mi honor,
maravilla era.
Para mí no hay nombre
más bello en la tierra
como el que el amado
muy dulce dijera
y en hondos rincones
de mi alma entra,
sube a mi cerebro
mis párpados cierra.

Del cielo de amor
caía una estrella…
Ahora el nombre brilla
sobre mi cabeza.

Clementina soy,
Clementina era.