A Jorge Luis Borges



Ignora qué leopardos o qué olivos
colaboran en su número de llamas.
En qué oscuras entrañas
se levantaron sus orígenes del musgo.
En qué fecha de álamo se movieron los labios
de su continuo nacimiento.
—Su nacimiento no ha cesado nunca—.
Es extraña a sus manos y a sus huesos,
extraña a las columnas de sus piernas.
—Entre ellas, reina amistad de compañeros,
su respetuoso amor las vuelve
cada vez más desconocidas—.
Extraña es la viajera que entró en su rostro lejano.
Conducida por guías al más seguro sitio
se ha perdido en un arpa de hojas.
Si los carruajes llevan sus ojos a la visión
o sólo el peso de desiertos,
bruscamente aumentados.
Desnuda, ni la delgada línea de un cabello
la separa de remotas estrellas.
—Su geografía gasta fronteras con golondrinas—.
Su vigilia es quemar alrededores.
Su trabajo es salir, es correr.
Su profesión es la de un río
que no quiere consuelo.
No hay tesoro que pueda detenerla.