En su canción había cuerdas sin esperanza:
un son lejano de mujeres ciegas (madres
descalzas en el presidio transparente de la
sal).

Sonaba a muerte y a rocío; luego, tañía ca-
ñas negras: era el cantor de las heridas. Su
memoria ardía en el país del viento, en la
blancura de los sanatorios abandonados.