Una vez más
los buitres
desgarrarán el centro
de su figura rota.
Desde la piedra falsa que grita y descontrola,
se estremece la celda
que llaga sus espaldas.
Entre los ojos de agua
del cautivo inocente,
se postra una mirada
peregrina
y ancla una mueca sorda
en el muelle de sus labios.
Se agotaron las fuerzas,
y el estupor
ha derribado el túnel
que lo llevaba
al día.
Un labrador de tinieblas
venda
los ojos de los atardeceres.
Siempre es de noche sobre todas las noches.
Una intención de fuga
se alerta entre derrotas
y despojada de horizontes
se extravía.
El terror a la muerte
le trunca los caminos
y escarba por raíces y pies de otros hermanos,
el hueco de algún sueño
entre voces ajenas.
En el templo ruinoso de la duda,
brazos de fuego y golpes
lo rodean.
Alucinan recuerdos
sobre las horas lentas
y la granada
explota
del fondo de la tierra.
En la selva los nidos
apenas
se sostienen.
Desde el alma del monte
se levanta el aullido de la bestia
que amamanta
en la metralla la hoguera del rencor .
La espera se hace estéril,
y una cornisa de vidrios astillados
descompone la luz y la esperanza.
Ya urge la agonía
por los negros espacios.
El prisionero encubre
retazos manoseados
y vuelven de la nada
a enredarse
entre sobras
sus dedos de ceniza.
Busca hallar al que era
en el génesis lejano
de sus días,
para robar de sus propias entrañas
otra silueta pura,
una imagen decente
que logre levantarse.

Entre pasos perdidos,
clama
un hastío de tiempos
y llora la impotencia.