existe un unicornio en cautiverio.
Preso en los tapices franceses
del siglo XVI,
alanceado,
mordido por los perros,
golpeado por los amos de los perros,
galopa entre los muros
y se duerme de pie.
Suena el cuerno de caza de Manhattan,
el subway cuarteado de grafitos.
Las flores del patio de Los Claustros
tendrán este verano
su áspera reunión de adormideras
y colores.
Arriba del ombligo de Manhattan,
cerca de las cuatro de la tarde,
el unicornio luce
ya libre del acoso,
radiante y feliz sobre las sedas.
Una doncella le acaricia
el cuerno de marfil
(a los unicornios se les conoce
por sus buenas intenciones)
—Andirú, andirú,
brama la bestia pura
y miles de espejos se desprenden
de las Torres Gemelas.
—Andirú, andirú,
y toda la ciudad se estremece de gozo.