Amanece la noche con su piel,
en la orilla cercana del regreso,
donde crecen libélulas oscuras
con aromas de chocolate amargo.

La noche se desnuda con el día,
olvidado el gabán de las estrellas
tras el vil torbellino de murciélagos.

Es el beso cautivo de la sierva
que quebrantó con furia sus cordones
como un toro obligado a renacer.

Es el parto continuo de la sangre.