Escribes
bajo el fulgor de la noche,
sintiendo su influjo
como un llamado a la escritura.
Piensas entonces que la noche
uno a uno
te dictará los versos.
Pero en verdad, nada dice.
Solamente los grillos,
entre sí,
se dicen su cuento;
ah, y también las lechuzas.
Sigues esperando que la noche te hable,
y nomás un coro de estrellas lejanas
deletrea tu presencia.