Un relincho de fuego
—prolongado, ululante—
fue la tarde.

Debiste ver el mar
curvar su lomo antiguo
como el de un gran centauro,
desbordante de espumas
bajo la fresca noche.

¡Qué sabia oscuridad!
El sol nos ciega más
que esta dulce tiniebla
tan grata al corazón.