Toda evocación es posible de relatar, si se tiene en cuenta el poder subversivo de la mente
-cuando no era posible hurgar en tus ojos-
Y llenar de cachivaches o de materias futuristas
La casa que nos queda
Las habitaciones de hotel que llenábamos con las primaveras descalzas de Europa
Con un antiguo vaticinio de mago escanciando los dolores pasados en caldera
Y no era posible sobrevivir a tanta catástrofe, a tanta hecatombe
A tanto olor de cementerio agriándose en el colmo
De esperar las provisiones a caballo,
Ese condado que habitamos antes de nacer o desde siempre
Corriendo entre los espantapájaros y las espigas de avena
Mientras nos observaba desde la ventana los ojos inobjetables de Madame Bovary
Y desde algún lugar del campo, su esposo nos carraspeaba “cuidado con los sembrados
Que ya pronto viene la cosecha”
Y yo sólo quería acercarme a aquellos ojos de Emma y cosechar esa miel silvestre
Que destila de sus cuencas, como un licor de rododentro
Tan hermoso y tan fatídico para las aguas poderosas del alma;
Que nos unge con láudano la herida,
Cuando horadábamos hacia delante sin medir el desahucio del deseo,
La pisada del musgo en la tierra extranjera
La luz podrida que se reflejaba en mi oscuridad
Y yo portando la bombilla de las acusaciones
La viña de las eras que era un diapasón a otra eternidad
Que se repite en nuestras lágrimas,
Estando a ciegas con los biógrafos o con los periodistas
Que te succionan la tesis de la sobrevivencia hasta el cansancio,
Llenando el vaso ultraísta
Hasta llegar a la última estocada de tu himno en el cuerpo,
A ese langor de cruzada
Que penetra en la armadura,
En el casco surreal y ante el sopor de la moneda entre la nieve;
Una ofrenda forestal se erguirá por tus cabellos.
Nos despediremos cantando
Y los deseos quedarán terriblemente absueltos.