El guerrero hiende el agua con su espada como una gran libélula que ameriza y no puede volver a levantar su vuelo parecido al nupcial. Crea violáceas salpicaduras que recaen con lancinante elegancia sobre la superficie dúctil del charco
          Tienes un felino en la garganta: sabe nadar, es criatura anfibia. ¿Cómo se llama la habilidad de habitar a la vez el agua y el fuego, como es anfibio él que sabe morar en tierra firme y no firme? Nadie le ha puesto adjetivo, si te conociera nacería la necesidad de ese vocablo nuevo. Al felino, le pondremos tigre. Sus bigotes te sirven de cuerdas vocales. Guarda los embriones de felix pardo en la voz, la voz escrita de los versos. Atraviesa los aros de fuego que le tiendes como pájaro en desplome.
          La cólera mueve las manecillas de tu reloj, tu clepsidra, tu calendario de números, boca abajo, al revés como los peces del último poema, el tictac de las aves que golpean contra los muros invisibles que constelan el aire.
          Las lágrimas son igual de saladas que el mar, un mar muerto donde flotaría tu alma como nenúfar recién florecido con una boca de varios labios de terciopelo blanco.


Tomado de Si acaso hubiera, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2003.