Un rayo destruyó

la esfera en que te apoyas,

sólo queda la base

por donde juegan niños que no te conocieron

y meditan lagartos prisioneros de plomo.

El campus, a finales de curso,

es un río de cuerpos

que con el torso herido

estudian en el césped luminoso.

Pasan cometas tristes suspendidas de lluvia

y pájaros alegres aprobados de viento.

La luz moja tu cara en luna llena,

pelo liso con un brillo cansado,

tus manos enlazadas reposando en tus muslos,

pantalones bombachos

y dos escarabajos en tus ojos

mirando la retina de la tarde.

Sonríe, Federico, no te muevas.

Aunque se queda inmóvil,

la imagen sale turbia.

Se distingue una mano clarísima y helada

que se posa con fuerza en otra mano en fuego.

La lente invierte la foto de Manhattan

y Harlem se amotina

en la cámara oscura de la noche.